miércoles, 5 de agosto de 2020

mIRC 32


mIRC 32

«Tú siempre hacia donde veas más nubes, hacia lo oscuro. No hay pérdida :) :) :)» , bromeaba Ana María por el chat, en clara alusión al clima lluvioso de su país. Sin pensarlo metí una muda limpia en un macuto, una botella de agua y el mapa de carreteras, y al amanecer salía huyendo del sol con mi Ibiza gris modelo del 96 y motor mil cuatrocientos.

«Hasta Badajoz por Córdoba; paso bajo el acueducto de Elvas (ojo a la señalización) y continuo hasta Estremoz; aquí busco el giro para tomar la IP-2 y todo recto hasta Portalegre» No parecía muy complicado. También tenía la ayuda del plano desplegable de España y Portugal que me habían dejado y, como último recurso, preguntando, que así se llega a Roma y parte del extranjero.

Recién pasada la frontera canjeé unas diez mil pesetas por su equivalente en escudos, unos doce mil. Allí me sorprend un enorme panel azul que indicaba ESPANHA en el primer cambio de dirección sobre tierras lusas, tal vez destinado a aquellos viajeros indecisos u olvidadizos.

Evitando peajes y con la ayuda del mapa fui cambiando de carreteras, atravesando paisajes en los que, como en un cuadro impresionista, la primavera había coloreado los campos y dehesas de vistosos morados, rojos y amarillos, salpicados como al azar por solitarias encinas mediterráneas. Pasé por pueblos de calles empedradas donde los perros deambulaban husmeando restos de comida; desangelados surtidores de gasolina aparecían huérfanos al filo de estrechas aceras, atendidos por el mecánico del único taller del lugar; viejas vestidas de luto sentadas en sillas de enea vendían cerámica, fruta y hortalizas a la sombra de los árboles. No me parecían tan distintas de nuestras madres, me venía al recuerdo la imagen de mi abuela Josefa vestida con el mandil de estar por casa, siempre oscuro aunque salpicado de blancos lunarillos, ocultando sus cabellos canos bajo un perpetuo pañuelo negro.

Al mediodía, y casi quinientos kilómetros después, alquilaba una habitación en una pensäo del barrio antiguo de Portalegre. Telefoneé a una incrédula Ana María desde una cabina. La plaza de la Catedral, típica construcción del Alentejo portugués, fue nuestro primer punto de encuentro no virtual. La musicalidad de una lengua nueva, su voz tierna y melosa lejos del frío intercambio de bytes por los canales del chat, y el repiqueteo de la lluvia en los tejados durante toda la tarde, ambientaron la habitación sin vistas de la pensión Dom Manuel.

Pero no todo fue desenfreno erótico y pasión. La naturaleza humana marcó sus pautas dejando también tiempo para la gastronomía y el turismo local por lugares con nombres que te trasladaban a épocas medievales, Castelo de Vide, Olivença, Marvão, donde, por cierto, degusté el mejor café del mundo.

Al despedirme de Ana María le di un consejo, «Nunca retes a un español con un “¿A que no eres capaz de venir?”, porque perderás la apuesta» Se echó a reír rodeando mi cuello entre sus acogedores brazos. Ana María era encantadora, agradecida, me regaló un fin de semana inolvidable; tan sólo un pequeño inconveniente aunque salvable. Estaba casada, o al menos eso decía ella.

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Un hilillo de saliva me cuelga de la comisura del labio y cae encima de la “Ñ” cuando despierto sudando sobre la mesa del ordenador, un Pentium 286 que va a pedales. Me acaban de banear del canal #mas_de_30 por intentar aparentar más edad de la que tengo. Otra noche que caigo grogui sobre el teclado buscando medias naranjas. Sin duda necesito viajar más y salir del pueblo, ver mundo, tanto internet me va a dejar tonto y ciego. En cuanto levanten el confinamiento prometo salir de casa. 

La estridencia metálica del módem intentando la reconexión con el servidor escapa por la ventana y se confunde con el chirrido de las cigarras. Está siendo un verano muy caluroso.



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