domingo, 12 de abril de 2020

YO NO SOY UN HÉROE



YO NO SOY UN HÉROE
Cuenta mi hija pequeña que todos los policías somos héroes, que lo ha oído por televisión. Ya pueden imaginarse el orgullo de una niña de cuatro años cada tarde en el balcón de casa gritando entre aplausos, “¡Mi papá es policía y está luchando para matar al coronavirus! ¡Mi papá…”, y me sorprende que su lengua de trapo sea capaz de pronunciar esa palabra del tirón sin equivocarse!
Yo no la quiero contradecir, es tan cándida, tan inocente, que una mentirijilla no puede hacerle ningún daño. Sin embargo, me gustaría decirle que los verdaderos héroes son aquellos que diariamente miran cara a cara a la muerte trabajando en los hospitales, que los auténticos héroes son los médicos, los sanitarios, las enfermeras, nuestra vecina Angelines, sin ir más lejos.
No sabe mi pequeña que cuando duerme, la vecina y yo hablamos por el patio de luces y nos contamos cómo nos ha ido el día o la noche en el trabajo. Si mi hija la escuchase desahogándose, diciéndome entre lágrimas de impotencia que carecen de protecciones adecuadas y suficientes para atender a los enfermos, que algunas noches sólo están dos enfermeras y dos auxiliares para toda una planta de hospital repleta de pacientes, algunos de ellos incapaces de tomarse la medicación por sí mismos, de ancianos que devorados por la fiebre se arrancan las vías de los brazos y deambulan de madrugada desorientados por el pasillo, y que ellas se sobreexponen al virus más de lo humanamente aceptable, y que terminan su jornada completamente agotadas y sin saber con certeza si mañana podrán volver a trabajar a salvo del contagio; como les decía, si escuchara mi hija llorar a Angelines, esa señora mayor que cada vez que coincidíamos en el ascensor sacaba de su bolso un guante de látex que inflaba de un soplido y como por arte de magia aparecía una carita sonriente pintada con rotulador, si pudiera oírla lamentándose porque se sienten abandonadas a su suerte por aquellos que les mandan y ordenan, entonces mi hija ampliaría sin duda su percepción infantil sobre héroes y heroínas.
No, yo no soy un héroe. Héroes son nuestros padres y abuelos, los que nacieron en tiempos de una guerra cruel, los que levantaron este país con su esfuerzo y su trabajo, con grandes familias numerosas a las que alimentaron, los que dieron todo lo que puede darse por sus hijos, los que ahora mueren y desaparecen tristemente entre estadísticas como el eslabón más débil de una cadena insensible y desmemoriada.
No soy un héroe por salir a las calles a hacer mi trabajo, aunque reconozco que los primeros días el terror a acercarme a cualquier ciudadano me paralizaba por completo. El miedo es libre. Pensé que sería lo más parecido a la llegada del fin del mundo, pensé que en diez o quince días, casi sin darse cuenta, podía uno irse para el otro barrio, dejando atrás una vida truncada sin poder despedirse de la familia.
Es noche cerrada, imaginen una larga avenida, desierta, una ambulancia que aparece al fondo con la cabina iluminada por una luz interior blanca, casi espectral, sus ocupantes embutidos en monos blancos, mascarillas y gafas, llegan a mi altura, cruce de miradas, y continúan, muy despacio, como a cámara lenta, el tiempo parece haberse detenido, fantasmas sacados de una película de ciencia ficción, de una novela distópica. Horas más tarde y por otra calle, otra ambulancia, y otra, alimentando las salas de urgencias del hospital. “La muerte viaja en ambulancias blancas”, cantaba el poeta, ¿o tal vez profeta?
Pero la vida sigue y nosotros con ella, el trabajo se vuelve rutina y aceptamos ese riesgo como algo inherente al uniforme. Mientras tanto vamos desgranando los días que superamos sin notar ningún maldito síntoma.
Héroes son los niños, sin duda, y los camioneros, y los agricultores y ganaderos, y los marineros que salen cada mañana a trabajar y los barrenderos, y toda esta sociedad civil que ha demostrado ser mejor que la caterva de politicastros que manejan el timón de este barco. Pero tranquilos todos que de ésta se sale, seguro, y cada día que pasa es un día menos en la cuenta atrás para volver a comenzar, para intentar ser mejores personas de como éramos ayer. Por nuestros hijos, y por nuestros padres.

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