Corinne, mon amour
<< Los amores de verano son como una estrella fugaz, una efímera luz de eternidad, que al final terminan desapareciendo >>
*
Tras los exámenes finales y las clases medio desiertas
algunos profesores del Instituto nos dieron su dirección de correo por si
necesitábamos hacerles alguna consulta o queríamos escribirles durante las
vacaciones. Una de ellas fue doña Pilar, mi profesora de francés de tercero de
bachillerato. Tenía veintiséis años, cara de ángel travieso y una voz tan dulce
que cada vez que fruncía los labios para pronunciar las vocales cerradas me
temblaban las piernas. También estaba casada, con un militar, aunque a mi edad
yo entendía que el estado civil no suponía un obstáculo insalvable para
conseguir aquello que uno se propusiera.
Había estado secretamente enamorado de Pilar durante todo
el curso, pero mi natural timidez y el peso de unas estrictas normas sociales
me impedían siquiera insinuarle mis sentimientos hacia ella.
Los últimos días de junio discurrían monótonos y
aburridos hasta que cayó en mis manos una revista juvenil donde leí el anuncio de
una chica francesa que deseaba relacionarse por correo con jóvenes españoles
para practicar "nuestra idioma". Firmaba Corinne Amorós,
18 años. Aquel anuncio me servía en bandeja la posibilidad de escribir
numerosas cartas dirigidas a Corinne, pero pensando en Pilar como destinataria
final, a quien se las haría llegar pidiéndole "s'il vous plaît"
que revisara mis traducciones al francés antes de enviarlas a la chica francesa
que había conocido por correo.
El contenido de las primeras misivas era tan simplón que
casi me ruborizaban sus expresiones quinceañeras, pero poco a poco, acuciado
por la inexperiencia del principiante, fui redactando ardientes declaraciones
de amor inspiradas en el sensual recuerdo de mi profesora. Fui un alumno
aplicado durante aquel verano, aprendí conjugaciones verbales inimaginables,
inventamos el futuro pluscuamperfecto del verbo amar y repasamos entre tiernas
promesas los participios de querer en femenino y masculino.
Aguardaba a diario con impaciencia la llegada del cartero
y cuando por fin traía el deseado mensaje, en el que inmediatamente reconocía
la caligrafía de Pilar, me metía en mi habitación cerrando la puerta tras de
mí, procuraba abrirlo sin romper en exceso el sobre, aspiraba el olor del papel
buscando aromas que recordaran su presencia y me deleitaba en la lectura de sus
respuestas, que escribía con una letra cuidada y casi desconocida para mí, con
los textos ya corregidos. Me parecía estar viéndola sobre la tarima de la clase
explicando una lección del "Boul'Mich" con la musicalidad de
su acento gabacho. Disfrutaba con ansiedad adolescente las anotaciones que
añadía a mis invenciones románticas, me preguntaba por el transcurso de mis
vacaciones y terminaba sus cartas enviándome un cariñoso abrazo o un " À
bientôt! "
Aunque no correspondidas, fueron toda una declaración de
intenciones por mi parte, merced a mi querida amiga imaginaria Corinne.
Septiembre, con el inicio del nuevo curso académico, me
hizo poner los pies en el suelo cuando comentaron en el Instituto que doña Pilar
se había marchado de la ciudad porque a su marido lo habían trasladado al
Norte. En la última carta que recibí de ella me explicaba el motivo del
precipitado cambio de destino, se disculpaba por no haberme avisado antes y . .
.
" . . . Te deseo mucha
suerte con tus estudios y con el amor que has descubierto recientemente. Aunque
un pajarito me ha dicho ("mon petit doigt m'a dit...", como
decíamos en clase), que aún no has echado al buzón ninguna de las cartas que
te devolví corregidas, pero me consta de muy buena tinta, que tu amada Corinne conoce y
sabe todo lo que sientes por ella.
Gros bisous, mon chéri. "
Y firmaba la carta con
C. Amorós
* * *
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